El Pistolero by Stephen King

El Pistolero by Stephen King

autor:Stephen King
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 1982-01-01T05:00:00+00:00


LOS MUTANTES LENTOS

1

El pistolero le habló a Jake pausadamente, con las fluctuantes inflexiones propias de un sueño.

—Éramos tres: Cuthbert, Jamie y yo. No nos correspondía estar allí, porque ninguno de nosotros había dejado atrás los años de la infancia. Si nos hubieran descubierto, Cort nos habría azotado. Pero no nos descubrieron, como no creo que descubrieran tampoco a ninguno de los que nos habían precedido. Los chicos deben probarse a escondidas los pantalones de sus padres, pavonearse con ellos delante del espejo y, enseguida, devolverlos a la percha; iba así. El padre finge no advertir que la prenda está colgada de manera diferente, y que el hijo lleva restos visibles de un bigote pintado con betún bajo la nariz. ¿Entiendes?

El chico no dijo nada. No había dicho nada desde que renunciaran a la claridad del día. El pistolero, en cambio, hablaba febrilmente, con frenesí, para cubrir su silencio. Al penetrar en la oscuridad del interior de las montañas él ni siquiera volvió la vista atrás, hacia la luz, pero el chico sí lo había hecho. El pistolero había leído cómo el día declinaba en el blando espejo de las mejillas de Jake: primero de un rosa claro, ahora lechosas y cristalinas, luego pálidas plata, después con un último toque crepuscular del resplandor vespertino, luego nada. El pistolero había encendido una luz artificial y siguieron adelante.

En aquellos momentos estaban acampados. Ningún eco del hombre de negro llegaba hasta ellos. Quizá también se hubiera detenido a descansar. O quizá flotaba hacia adelante, por oscurecidas recámaras, sin luces de orientación.

—Se celebraba una vez al año, en el Gran Salón —prosiguió el pistolero—. Lo llamábamos el Salón de los Abuelos, pero era sólo el Gran Salón.

A sus oídos llegaba un rumor de agua goteante.

—Un ritual de cortejo. —El pistolero se rió despectivamente, y las insensibles paredes convirtieron el sonido en un resuello senil—. Según los antiguos libros, antiguamente se trataba de festejar la llegada de la primavera. Pero la civilización, ya sabes...

Dejó la frase en el aire, incapaz de describir el cambio inherente a aquel nombre mecanizado, la muerte del romanticismo, su fantasma estéril y carnal que sólo vivía con la forzada respiración del resplandor y la ceremonia; los pasos geométricos del cortejo durante el baile de la noche de Pascua en el Gran Salón, que habían sustituido a aquella salvaje agitación amorosa que él ya tan sólo intuía vagamente. Vacua grandeza en lugar de viles pasiones arrebatadoras que otrora hubieran podido arrasar almas.

—Lo convirtieron en algo decadente —dijo el pistolero—. Una comedia. Un juego.

La voz estaba preñada del inconsciente desagrado del asceta. El rostro, de haber existido una luz más poderosa para iluminarlo, habría reflejado un cambio: pesadumbre y aspereza.

Su fuerza esencial, sin embargo, no se había adulterado ni diluido. La persistente ausencia de imaginación en aquel rostro era notable.

—Pero el Baile —añadió el pistolero—. El Baile... El chico no dijo nada.

—Había cinco arañas de cristal, con gruesos vidrios y luces eléctricas. Todo era luz: una isla de luz. »Entramos subrepticiamente en una de las viejas galerías de las que se decía que no eran seguras.



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